jueves, 20 de abril de 2017

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Posverdad y evangelización

En nuestros días se habla de “posverdad” para denominar la “confianza en afirmaciones que se 'sienten verdad' pero no se apoyan en la realidad” (The Economist, 10-IX-2016, p. 11). O sea, la vuelta o la permanencia del reino de la mentira, especialmente en la política y en la comunicación, pero no solo ahí, sino también en general.

Pues bien, en esta “era posverdad” nos viene bien tener presente en qué consiste el anuncio de la verdad, y no de cualquier verdad sino de la verdad del Evangelio. En su homilía durante de la Misa crismal (13-IV-20117), el Papa Francisco ha desarrollado el modo en que especialmente los sacerdotes han de realizar el anuncio de la fe, la “buena noticia” (Evangelio) que comporta esencialmente la alegría.


Verdad, misericordia y alegría

“Como todo discípulo misionero —señala el Papa—, el sacerdote hace alegre el anuncio con todo su ser”. Y precisamente porque esa alegría abarca toda la evangelización, para que no se difumine la intensidad de la alegría, ésta debe manifestarse en detalles más pequeños: “El detalle del que da un pasito más y hace que la misericordia se desborde en tierra de nadie. El detalle del que se anima a concretar y pone día y hora al encuentro. El detalle del que deja que usen su tiempo con mansa disponibilidad…”

Esta buena noticia, esencialmente alegre, nace de la unción del Espíritu Santo. Y el Espíritu la derrama sobre el ungido, de modo que en el anuncio del evangelio la verdad debe ir necesariamente unida con la misericordia y la alegría. De ahí surgen tres dimensiones de la evangelización (y podríamos decir también de la educación de la fe): “Su Verdad —no negociable—, su Misericordia —incondicional con todos los pecadores— y su Alegría —íntima e inclusiva—.”


Verdad concreta, cercana y alegre

El Papa ejemplifica claramente cada uno de estos aspectos del anuncio de la fe. Ante todo, “nunca la verdad de la Buena Noticia podrá ser solo una verdad abstracta, de esas que no terminan de encarnarse en la vida de las personas porque se sienten más cómodas en la letra impresa de los libros”. De aquí podemos deducir que la verdad del Evangelio siempre debe ser concreta, referida a la vida de las personas, y en ese sentido la verdad es incómoda porque tiene que buscar cómo hacerse carne y vida en las personas y en las situaciones.

En segundo lugar, “nunca la misericordia de la Buena Noticia podrá ser una falsa compasión, que deja al pecador en su miseria porque no le da la mano para ponerse de pie ni le acompaña a dar un paso adelante en su compromiso”. Al leer “misericordia” alguien podría haber pensado que sería falsa si no respetara la verdad doctrinal. Y ciertamente es así. Pero Francisco subraya que la misericordia puede ser falsa sobre todo por falta de cercanía y esfuerzo para acompañar al pecador. Esto coincide con la comodidad de una verdad “solo abstracta” (según lo anterior).

En un tercer aspecto, “nunca podrá ser triste o neutro el Anuncio, porque es expresión de una alegría enteramente personal”. Es la alegría o las alegrías de Dios Padre, del Hijo y del Espíritu Santo al dirigirse a personas concretas en situaciones concretas. Son alegrías que “vienen en odres nuevos, esos de los que habla el Señor para expresar la novedad de su mensaje”. 


Plenitud contagiosa, concreción inclusiva, integridad mansa

El Papa desea expresar con tres imágenes esos “odres nuevos” en los que la Buena Noticia debe comunicarse y entregarse de modo que no se avinagre y se derrame abundantemente.

Primera imagen: las tinajas de las bodas de Caná (cf. Jn 2, 6 ss.). Los sirvientes “las llenaron hasta el borde” atentos al gesto de María, como diciendo que ella es el modelo de esa plenitud contagiosa por su generosidad y prontitud de respuesta a los requerimientos de Dios.

“Su plenitud contagiosa —dice Francisco de María— nos permite superar la tentación del miedo: ese no animarnos a ser llenados hasta el borde, esa pusilanimidad de no salir a contagiar de gozo a los demás. Nada de eso: ‘La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús’ (exort. Evangelii gaudium, n. 1)”. El anuncio y la transmisión de la fe pide, en efecto, generosidad y prontitud, valentía y magnanimidad.

Segunda imagen, la vasija o el cántaro de agua que lleva la samaritana en el encuentro con Jesús. El Papa ve en esta vasija lo concreto: lo concreto del agua que le da a Jesús para saciar su sed; lo concreto sobre todo de la confesión de sus pecados concretos; lo concreto del derramarse el Espíritu Santo en los paisanos de aquel pueblo, que invitaron al Señor a quedarse con ellos. El Papa habla aquí de “concreción inclusiva” del anuncio de la samaritana a sus conciudadanos.

Asi sucedió también con la Madre Teresa de Calcuta. Jesús la llamó y le dijo: «Tengo sed», «pequeña mía, ven, llévame a los agujeros de los pobres. Ven, sé mi luz. No puedo ir solo. No me conocen, por eso no me quieren. Llévame hasta ellos». “Y ella —observa el Papa—, comenzando por uno concreto, con su sonrisa y su modo de tocar con las manos las heridas, llevó la Buena Noticia a todos”.

El anuncio y la educación de la fe pide, en efecto, lo concreto de la fe ejercitada en esa circunstancia, con el arrepentimiento concreto de los propios pecados, correspondiendo a una gracia concreta, dirigiéndose a las personas concretas que necesitan del amor de Dios a través de nuestros gestos y palabras.

Tercera imagen de la Buena Noticia es “el Odre inmenso del Corazón traspasado del Señor: integridad mansa —humilde y pobre— que atrae a todos hacia sí”.


Caridad, generosidad, paciencia

De Él tenemos que aprender que “anunciar una gran alegría a los muy pobres, no puede hacerse sino de modo respetuoso y humilde, hasta la humillación”. De nuevo aparecen aquí, como modelo e impulso íntimo de la evangelización, la caridad y la generosidad de Jesús mismo, y por tanto la necesidad de la participación del evangelizador y del educador en la entrega de Jesús, hasta el fondo.

Continúa Francisco diciendo que la evangelización no puede ser presuntuosa ni rígida, pues se trata de la integridad de la verdad (cf. Jn 16, 13) que anuncia y enseña el Espíritu Santo. Y Él no teme “hacerla beber a sorbos” (una imagen de la gradualidad en la evangelización, la paciencia del ir poco a poco).

Además “el Espíritu nos dice en cada momento lo que tenemos que decir a nuestros adversarios (cfr. Mt 10,19) e ilumina el pasito adelante que podemos dar en ese momento” (podemos pensar aquí en el discernimiento y en “el bien posible” que cabe realizar e impulsar aquí y ahora).

Se nos invita a fijarnos, para imitarla y secundarla, esa forma de actuar de Jesús mismo: “Esa mansa integridad da alegría a los pobres, reanima a los pecadores, hace respirar a los oprimidos por el demonio”.

En efecto, la evangelización necesita de esa integridad mansa y alegre, respetuosa y humilde, entregada y misericordiosa, que sabe avanzar poco a poco, discerniendo el bien posible que pueda alcanzar cada persona en cada momento, para secundar lo que Dios le pide en el camino de su vida, de su vocación y de su misión.

De este modo, concluye Francisco, podremos evangelizar con la plenitud contagiosa de María, con la concreción inclusiva de la samaritana, con la integridad mansa del Espíritu Santo que brota incansablemente del Corazón del Señor.

En suma, la posverdad típica de nuestra época no se resuelve a fondo con una verdad puramente teórica, sino con la verdad que nos trae Cristo en persona, que llena a la vez la inteligencia y el corazón, porque va unida a la misericordia y comporta la alegría y la plenitud del amor a Dios y al prójimo.

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