sábado, 18 de junio de 2016

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La misericordia como luz que nos hace ver


Con frecuencia pensamos que los ciegos son otros. Eso pensaban los que acompañaban a Bartimeo cuando pasó Jesús y le curó (cf. Lc 18, 35-43). Pero la curación de Bartimeo les curó también a ellos, que no estaban menos ciegos por dentro. En su audiencia general del 15 de junio el Papa Francisco señala que este signo nos afecta directamente también a nosotros.


La indiferencia y la hostilidad nos vuelven ciegos y sordos


Observa el Papa que Bartimeo era un marginado, estaba en el margen, en el borde del camino. Mucha gente pasa, pero él está solo. Esto sucedía en Jericó, ciudad que representa la puerta de entrada a la tierra prometida. ¡Y Dios había querido que en esa tierra se cuidara especialmetne de los pobres y menesterosos! (cf. Dt 15, 7. 11).

“Es chocante –apunta Francisco– el contraste entre esta recomendación de la Ley de Dios y la situación descrita por el Evangelio: mientras el ciego grita invocando a Jesús, la gente le regaña para que se calle, como si no tuviese derecho a hablar. No tienen compasión de él, es más, les molestan sus gritos”.

Esto, añade, es una tentación que todos tenemos, por ejemplo, con los prófugos y refugiados. No nos damos cuenta que “la indiferencia y la hostilidad vuelven ciegos y sordos, impiden ver a los hermanos y no permiten reconocer en ellos al Señor”. Incluso nos pueden llevar a la agresión y al insulto: “¡Echad de aquí a todos esos!, ¡llevadlos a otra parte! Esa agresión es lo que hacía la gente cuando el ciego gritaba: Vete, largo, no hables, no grites”. Así lo ve el Papa. Y, efectivamente, todo ello nos hace ciegos y sordos, tanto o más que Bartimeo.

Jesús “pasa” y el verbo empleado por el evangelista es el mismo que el que se emplea para decir que el ángel del Señor pasó para liberar a los israelitas de Egipto (cf. Ex 12, 23). Y también al decir la Escritura que Jesús ha pasado en la cruz a la gloria que le corresponde en el Cielo, ofreciéndonos con su muerte, la Vida verdadera, la salvación y la liberación.

Estaba profetizado que el Mesías abriría los ojos a los ciegos (cf. Is 35, 5). Bartimeo es curado porque, sin dejarse atemorizar por los que le critican y movido por su fe, grita mucho más hasta que Jesús le llama para curarle. El ciego ve con los ojos de la fe. Jesús lo saca del margen y lo pone en el centro de la atención. Mientras tanto los otros continúan ciegos.

¿Y nosotros? También hemos sido Bartimeo, o podemos serlo, dice Francisco: “Pensemos nosotros también, cuando hemos estado en situaciones feas, incluso en situaciones de pecado, como fue precisamente Jesús quien nos tomó de la mano y nos sacó del margen de la calle y nos dio la salvación”. 


La misericordia es luz para todos

De este modo, observa el Papa, se realiza un doble paso. El ciego es curado por Jesús después de preguntarle de modo impresionante: “¿Qué quieres que haga por ti?”. Pero además, los que presencian la escena ven la bondad y la misericordia de Jesús; y, en el minuto dos, diríamos nosotros, toman conciencia de que “el buen anuncio –el mensaje cristiano– implica poner en el centro del propio camino al que estaba excluido”.

Con otras palabras: la misericordia de Jesús es luz para el ciego y para todos los demás, que estaban tanto o más ciegos que él, en otro sentido.

A Bartimeo le permite ver toda la realidad, le abre el camino de la salvación. Porque se siente amado por Jesús comienza a seguirlo “glorificando a Dios”.

A los demás, que contemplaban a Jesús y su misericordia, la curación de Bartimeo les permite “reconocer a quien necesita ayuda y consuelo”.

“También en nuestra vida –nos interpela Francisco– Jesús pasa; y cuando pasa Jesús, y yo me doy cuenta, es una invitación a acercarnos a él, a ser más bueno, a ser un cristiano mejor, a seguir a Jesús”. 


De mendigos a discípulos

Y a reaccionar de la misma manera estamos llamados cada uno de nosotros: “De mendigo a discípulo, ese es también nuestro camino: todos somos mendigos, todos. Siempre necesitamos salvación. Y todos nosotros, todos los días, debemos dar ese paso: de mendigos a discípulos”.

El ciego, al que todos querían callar, testimonia en voz alta su encuentro con Jesús. Así termina el “primer milagro” producido por la luz de la misericordia divina. Pero además “todo el pueblo, cuando vio aquello, daba alabanza a Dios “. He ahí –otra vez lo señala Francisco– el segundo milagro: “lo que le ha pasado al ciego logra que también la gente finalmente vea”.

Concluye el Papa introduciéndonos en lo sucedido: “La misma luz ilumina a todos, uniéndolos en la oración de alabanza. Así Jesús derrama su misericordia sobre todos los que encuentra: les llama, les hace venir a Él, les reúne, les cura y les ilumina, creando un nuevo pueblo que celebra las maravillas de su amor misericordioso. Dejémonos llamar nosotros también por Jesús, y dejémonos curar por Jesús, perdonar por Jesús, y vayamos tras Jesús alabando a Dios”

Así es. La misericordia es una luz con doble efecto: hace “ver” el amor al que la recibe, a la vez que le convierte en instrumento para que se ensanche el amor de quien la ejerce, de modo que pueda iluminar y hacer ver a otros.

Y esto sucede ante todo con la misericordia que Dios tiene con nosotros cuando nos perdona los pecados en el sacramento de la Penitencia. Y sucede también con la misericordia que nosotros hemos de tener con los demás. Nosotros somos Bartimeo, y somos también los que le rodeaban, y también debemos convertirnos para seguir a Jesús y para ser como Él.



La misericordia es la manifestación principal del amor. Y el amor es la luz principal que la fe aporta. Por eso, con la misericordia sucede como con la fe: es luz que nos ilumina a la vez que nos hace participar de sí misma para iluminar a otros.

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