martes, 6 de octubre de 2015

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Locura fascinante de gratuidad


Francisco ha dado comienzo al Sínodo sobre la familia hablando de sueños y utopías, de miedos y de generosidad (cf. Homilía en la misa de inauguración del Sínodo, 4-X-2015).

Tomando pie de los textos litúrgicos ha desarrollado su argumentación en tres pasos: el drama de la soledad, el amor entre el hombre y la mujer, y el sentido de la familia.


La soledad y la familia

1. Adán experimentaba la soledad (cf. Gn 2, 20) y por eso Dios creo a Eva. Hoy muchos hombres y mujeres experimentan la soledad, a pesar de nuestro mundo globalizado, que goza en muchos lugares de medios sofisticados, y publicita el placer y la libertad ilimitados.

“Son cada vez más las personas que se sienten solas, y las que se encierran en el egoísmo, en la melancolía, en la violencia destructiva y en la esclavitud del placer y del dios dinero”. Hoy vivimos en cierto sentido aquella experiencia de Adán: tenemos más poder pero acompañado de tanta soledad y vulnerabilidad. Y la situación de la familia es la imagen de esa soledad originaria:

“Cada vez menos seriedad en llevar adelante una relación sólida y fecunda de amor: en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, en la buena y en la mala suerte. El amor duradero, fiel, recto, estable, fértil es cada vez más objeto de burla y considerado como algo anticuado. Parecería que las sociedades más avanzadas son precisamente las que tienen el porcentaje más bajo de tasa de natalidad y el mayor promedio de abortos, de divorcios, de suicidios y de contaminación ambiental y social”.


En busca de la extraordinaria experiencia del amor

2. El amor entre el hombre y la mujer. El hombre –prosigue el Papa– necesita alguien que le ayude (cf. Gn 2, 18), que le corresponda, que lo ame, que le saque de su soledad y tristeza, que le permita “compartir su camino con otra persona que es su complemento; para vivir la extraordinaria experiencia del amor: es decir de amar y ser amado; y para ver su amor fecundo en los hijos”.

Tal es el sueño de Dios desde el principio, que Jesús retoma y resume en el Evangelio: “Al principio de la creación Dios los creó hombre y mujer. Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne. De modo que ya no son dos, sino una sola carne” (Mc 10,6-8; cf. Gn 1,27; 2,24).

Ante la pregunta que le habían dirigido sobre la licitud del divorcio, probablemente con una torcida intención –puesto que la multitud presente practicaba el divorcio como algo consolidado–, Jesús responde de forma sencilla e inesperada, restableciendo la verdad del origen.

En palabras de Francisco, “Dios bendice el amor humano, es él el que une los corazones de un hombre y una mujer que se aman y los une en la unidad y en la indisolubilidad. Esto significa que el objetivo de la vida conyugal no es sólo vivir juntos, sino también amarse para siempre. Jesús restablece así el orden original y originante”.


El amor auténtico siempre es locura

3. El sentido de la familia. Por tanto, la exhortación de Jesús “lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre” (Mc 10, 9) se dirige a los creyentes para “superar toda forma de individualismo y de legalismo, que esconde un mezquino egoísmo y el miedo de aceptar el significado auténtico de la pareja y de la sexualidad humana en el plan de Dios”.

Al decir esto, el Papa es bien consciente de que esas son las dificultades principales que alejan a los jóvenes del matrimonio, y que surgen en ellos o en la sociedad que les circunda: individualismo, legalismo, egoísmo, miedo.

Y con ello llega Francisco al fondo de su argumentación, que se sitúa en el polo opuesto y como respuesta a cada una de esas dificultades, por medio de una tesis central repetida: “Sólo a la luz de la locura de la gratuidad del amor pascual de Jesús será comprensible la locura de la gratuidad de un amor conyugal único y usque ad mortem”.

En efecto, solamente un amor verdadero –es decir, gratuito y dispuesto a entregarse y sacrificarse por el otro más allá de los cálculos racionalistas o pragmáticos , y más allá de lo que deba realizarse por una mera convención o norma legal– es el que vence al egoísmo malo y al miedo ante el compromiso. Miedo que, por cierto, puede deberse a la falta de medios económicos; otras veces, por el contrario, al exceso de medios, como sucede en la sociedad del bienestar.

El matrimonio es para Dios un “sueño”, ciertamente, pero no una utopía. Observa el Papa cómo paradójicamente el hombre de hoy con frecuencia ridiculiza ese plan, a la vez que “permanece atraído y fascinado por todo amor autentico, por todo amor sólido, por todo amor fecundo, por todo amor fiel y perpetuo”. Porque, aunque vaya tras los amores temporales, sueña el amor auténtico; aunque corra tras los placeres de la carne, desea la entrega total.

La situación la describe bien Joseph Ratzinger ya en los años ochenta: “Los placeres prohibidos perdieron su atractivo cuando han dejado de ser prohibidos. Aunque tiendan a lo extremo y se renueven al infinito, resultan insípidos porque son cosas finitas, y nosotros, en cambio, tenemos sed de infinito” (Auf Christus schauen. Einübung in Glaube, Hoffnung, Liebe, Freiburg 1989, p. 73).(*)


Fidelidad, verdad y caridad

4. Servir a la familia: fidelidad, verdad y caridad. Al servir a la familia, observa Francisco como conclusión, la Iglesia desea hacerlo bajo el signo de la fidelidad a su Maestro. Esto significa defender el amor fiel y animar a vivir un amor que manifieste el amor divino, defender la sacralidad de la vida, y ante todo, subraya, “la unidad y la indisolubilidad del vínculo conyugal como signo de la gracia de Dios y de la capacidad del hombre de amar en serio”.

La Iglesia desea también “vivir su misión en la verdad que no cambia según las modas pasajeras o las opiniones dominantes. La verdad que protege al hombre y a la humanidad de las tentaciones de autorreferencialidad y de transformar el amor fecundo en egoísmo estéril, la unión fiel en vinculo temporal”.

Con una segunda referencia al papa emérito, “sin verdad, la caridad cae en mero sentimentalismo. El amor se convierte en un envoltorio vacío que se rellena arbitrariamente. Éste es el riesgo fatal del amor en una cultura sin verdad” (Benedicto XVI, Enc. Caritas in veritate, 3).

En tercer lugar viene el acento más frecuente de Francisco: la Iglesia es “llamada a vivir su misión en la caridad que no señala con el dedo para juzgar a los demás, sino que –fiel a su naturaleza como madre – se siente en el deber de buscar y curar a las parejas heridas con el aceite de la acogida y de la misericordia; de ser ‘hospital de campaña’, con las puertas abiertas para acoger a quien llama pidiendo ayuda y apoyo; aún más, de salir del propio recinto hacia los demás con amor verdadero, para caminar con la humanidad herida, para incluirla y conducirla a la fuente de salvación”.

Termina insistiendo en que es preciso unir los principios y preceptos doctrinales y morales con la curación y la educación en el amor auténtico, la condena del error y del mal junto con la comprensión y la búsqueda, la acogida y el acompañamiento de quien cae o se equivoca (cf. Juan Pablo II, Discurso a la Acción Católica Italiana, 30-XII-1978); “porque –apunta Francisco– una Iglesia con las puertas cerradas se traiciona a sí misma y a su misión, y en vez de ser puente se convierte en barrera”.

Así es. La sed y la nostalgia, la fascinación y el atractivo, la eternidad y la infinitud de un amor auténtico pueden considerarse un sueño a los ojos de una sociedad empequeñecida. Pero, recordémoslo cuando pensemos en el matrimonio y en la familia, no es una utopía. Es un proyecto, eso sí, que implica un cierto grado de “locura de gratuidad”. Sin eso, no hay amor auténtico ni aventura fascinante que lo sea. 

(publicado en www.religionconfidencial.com, 5-X-2015)


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(*) Cf. J. Ratzinger, Mirar a Cristo: ejercicios de fe, esperanza y amor, ed. Edicep, Valencia 2005.



1 comentario:

  1. Muchas gracias.
    Cada día es más maravilloso, no sin dificultades, ser católico. Gracias a usted, por sus escritos, y a mis padres que pidieron para mi el bautismo, por la gracia de Dios.

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