martes, 5 de febrero de 2013

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Formación litúrgica y nueva evangelización


Altar central del templo de la Sagrada Familia (Barcelona) 

    "Un templo (es) la única cosa digna de representar 
el sentir de un pueblo, ya que la religión 
es la cosa más elevada en el hombre"
(A. Gaudí, arquitecto)


La película El festín de Babette (G. Axel, 1987) recoge el relato de una misteriosa cena que consigue cambiar la vida de los invitados, mostrando el esplendor de la belleza que posee el mensaje cristiano. Puede verse como una “parábola” de lo que la Eucaristía, centro de la liturgia, hace en los cristianos, y, a través de ellos, en el mundo.

     Cuando estamos celebrando el 50 aniversario del Concilio Vaticano II, cabe recordar que la liturgia fue uno de sus temas principales. Y que la formación litúrgica es esencial en la nueva evangelización.


La liturgia, centro de la vida cristiana

      1. ¿Qué es la liturgia? Dice el Catecismo de la Iglesia Católica que “liturgia” significa, en la tradición cristiana, “que el Pueblo de Dios toma parte en la obra de Dios” (n. 1069). Es decir, liturgia es el ejercicio de la obra redentora de Cristo tal como se continúa en su Iglesia, con ella y por ella. En este sentido amplio toda la vida cristiana (oración y vida corriente en la familia, el trabajo y las relaciones sociales) está llamada a ser liturgia: culto a Dios y servicio a los demás (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1070)

      En un sentido más concreto y habitual, el término liturgia se refiere a “la celebración del misterio de Cristo”, mediante el culto ritual cristiano. Esto supone no sólo “hacer fiesta”, sino manifestar así, hacer presente, comunicar lo que Cristo hizo y sigue haciendo por nosotros (cf. Ibid., n. 1076).

     Así se entiende que la celebración de la liturgia es el centro de la vida cristiana. Participando plenamente en la celebración llegamos a hacer que toda nuestra vida sea también celebración de ese misterio.

      Por eso quien asiste a la misa y solo ve en ella el festejar un acontecimiento social (un nacimiento, una boda, un funeral, etc.), capta algo cierto sin duda; pero se pierde la raíz, y, por tanto la profundidad y la plenitud de lo que ahí acontece.

     Tampoco se trata simplemente de una fiesta donde recordamos lo que Cristo hizo (su vida, sus milagros, su muerte y resurrección); sino que, por una acción divina, todo ello se hace presente. Y nos permite participar en esa obra redentora, llevando ahí nuestros trabajos y tareas, alegrías y penas, nuestra vida entera que queremos sea transformada por la gracia divina.

      Por tanto, en la liturgia, lo primero no es lo que hacemos las personas humanas, sino lo que hacen las personas divinas (el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo). Junto con eso, es importante también lo que hacemos nosotros. Con terminología de San Agustín, es el “Cristo total”, Cabeza y miembros, el que hace memoria viva, “actualiza” la obra de Cristo. Esto sucede sobre todo en la Eucaristía (la misa).

      En la celebración litúrgica Cristo mismo está presente y obra por la Iglesia y con la Iglesia. Lo que aconteció realmente en la historia “de una vez para siempre” (Rm 6, 10; Hb 7, 27; 9, 12) se hace ahora presente.


¿Cómo puede acontecer esto?

      2. El Concilio Vaticano II, en su constitución sobre la liturgia (Sacrosanctum concilium) –el primero de los documentos aprobados en el Concilio–, señaló que todo esto se realiza mediante el poder y a los méritos del Señor. El Catecismo de la Iglesia Católica es más explícito. Afirma que esto es posible por las características únicas del acontecimiento de la muerte y resurrección de Cristo.

      Dice así: “Es un acontecimiento real, sucedido en nuestra historia, pero absolutamente singular: todos los demás acontecimientos suceden una vez, y luego pasan y son absorbidos por el pasado. El misterio pascual de Cristo, por el contrario, no puede permanecer solamente en el pasado, pues por su muerte destruyó a la muerte, y todo lo que Cristo es y todo lo que hizo y padeció por los hombres participa de la eternidad divina y domina así todos los tiempos y en ellos se mantiene permanentemente presente. El acontecimiento de la Cruz y de la Resurrección permanece y atrae todo hacia la Vida” (n. 1085). Todo esto sucede por la acción de Cristo “y por el poder del Espíritu Santo” (n. 1084).

      Con ello nos situamos en el corazón mismo de la liturgia. “La liturgia –señala el Concilio– es la cumbre a la que tiende la acción de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza” (SC, n. 10).

      En octubre de 2005 se celebró el Sínodo universal de los obispos sobre el tema “La Eucaristía, fuente y culmen de la vida y de la misión de la Iglesia”. De él surgió, como fruto maduro, la Exhortación sobre la Eucaristía como Sacramento de la caridad (22-II-2007), firmada por Benedicto XVI.


La formación litúrgica

     3. Ahí se señalan los aspectos principales de la formación litúrgica, tarea decisiva en la nueva evangelización. Ante todo, el sentido auténtico de la liturgia, no reducible a meros ritos o ceremonias. En consecuencia, cómo debe ser la verdadera participación litúrgica: interna (unión con Dios) y externa (respuestas, lecturas, cantos, etc.).

    La liturgia eucarística tiene un brillo especial el domingo, día en que la Iglesia, familia de Dios, celebra la resurrección del Señor, celebración que ha de centrar el estilo de la vida cristiana, sobre todo ese día: la oración, la atención a la familia, el descanso, la atención a los más necesitados.

     En la celebración misma, es importante fomentar la actitud de asombro y atención ante la acción divina; el cuidado y el interés que deben ponerse en manifestar la belleza del lugar sagrado y de la celebración (ornamentos, imágenes, etc.), la armonía entre palabras y cantos, gestos y silencios; la adecuada disposición del espacio litúrgico (altar, crucifijo, tabernáculo, ambón, sede), la presencia de imágenes adecuadas.

      El sentido de las palabras se capta al comprender que ahí se proclama la Palabra de Dios (lecturas de la Escritura, sobre todo del Evangelio), y se reza en unión con el Papa y los Obispos de cada lugar. Los ministros explican a los fieles (homilía) el sentido de esa Palabra, de modo que la hagan vida de su vida. En la misa dominical se les prepara así para que se unan a las ofrendas de la creación (pan y vino), para que se unan a la plegaria de la Iglesia en torno a Cristo y para que (si están bien dispuestos, con la conciencia libre de pecado grave; en caso contrario deberán confesar previamente los pecados), comulguen con el cuerpo del Señor.

     Una adecuada catequesis y formación permanente de los cristianos ha de explicar el significado de los ritos y de los signos de la liturgia, así como la importancia de la adoración a la Eucaristía también fuera de la misa (visitas, bendiciones, procesiones). Y todo ello, como cumbre de la vida cristiana (donde se manifiesta máximamente la unión con Dios y con los demás) y como fuente de esa misma vida cristiana (donde crece el amor a Dios y al prójimo).

     Desde el punto de vista de las celebraciones litúrgicas, además de la misa, la santificación del tiempo se completa con el “Año litúrgico” (compuesto de diversos ciclos o “tiempos”: adviento, navidad, cuaresma, pascua, tiempo ordinario) y con la “liturgia de las horas”, que el Catecismo denomina “oración de la Iglesia”.

     La formación litúrgica tiene como objetivo explicar lo que el Señor, rodeado de sus discípulos, realizó en la última Cena (dejarnos el “memorial” de su pasión y de su resurrección), y disponernos a participar en su acción salvadora que da vida al mundo.



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