viernes, 1 de febrero de 2013

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Creer en Dios, ponerse en camino



“Abrahán es la primera gran figura de referencia para hablar de fe en Dios”, ha dicho Benedicto XVI. La impresionante figura del patriarca se muestra bien en la película Abraham (J. Sargent, 1994), protagonizada por Richard Harris (ver otra película sobre Abrahán para niños)

      En el marco de sus audiencias generales sobre el Año de la Fe, Benedicto XVI ha comenzado a desarrollar algunas consideraciones sobre el Credo. La primera, el 23 de enero, se ha centrado en la expresión: “Creo en Dios”. Esto, señala, quiere decir: “Es mi existencia la que debe cambiar, convertirse”.



Creo en Dios

     "Creo en Dios", observa, “una afirmación fundamental, aparentemente sencilla en su esencialidad, pero que abre al mundo infinito de la relación con el Señor y con su misterio. Creer en Dios implica adhesión a Él, acogida de su Palabra y obediencia gozosa a su revelación”. Como enseña el Catecismo de la Iglesia Católica (cf. n. 166), creer es a la vez un don y un compromiso, una gracia (pues entramos en diálogo de amor-comunión con Dios), una experiencia y una responsabilidad.

     La Biblia cuenta la historia de esta revelación de Dios a la humanidad y expresa el sentido de la fe. Así por ejemplo, la carta a los Hebreos afirma: "La fe es fundamento de lo que se espera y garantía de lo que no se ve" (11,1). E interpreta el Papa: “Los ojos de la fe son, por lo tanto, capaces de ver lo invisible y el corazón del creyente puede esperar más allá de toda esperanza, precisamente como Abrahán, de quien Pablo dice en la Carta a los Romanos que ‘creyó contra toda esperanza’ (4, 18)”.


Abrahán, nuestro padre en la fe

     Abrahán, señala Benedicto XVI, es “la primera gran figura de referencia para hablar de fe en Dios”, modelo y padre de todos los creyentes (cf. Rm 4, 11s). De él dice la carta a los Hebreos: "Por la fe obedeció Abrahán a la llamada y salió hacia la tierra que iba a recibir en heredad. Salió sin saber adónde iba. Por fe vivió como extranjero en la tierra prometida, habitando en tiendas, y lo mismo Isaac y Jacob, herederos de la misma promesa, mientras esperaba la ciudad de sólidos cimientos cuyo arquitecto y constructor iba a ser Dios” (11, 8-10).

     Evoca el Papa cómo Abrahán obedeció partiendo hacia donde no sabía, iluminado por la luz de la promesa divina: "Haré de ti una gran nación, te bendeciré, haré famoso tu nombre... y en ti serán benditas todas las familias de la tierra” (Gn 12, 2.3). Promesa de vida y fecundidad, vinculada a una nueva tierra y una sociedad renovada.

     Pero el patriarca no encontró facilidades. Era ya anciano y Sara, su mujer, era estéril; y la tierra prometida estaba ya ocupada por los cananeos. Pero su fe aceptó todo este conjunto de aparentes incoherencia, de tal manera que todo lo que Dios le dio lo consideró siempre como un regalo. “Ésta es –observa Benedicto XVI– también la condición espiritual de quien acepta seguir al Señor, de quien decide partir acogiendo su llamada, bajo el signo de su invisible pero poderosa bendición”.

     No vaciló Abrahán, confiado en el poder de Dios (cf. Rm 4, 18-21). Supo así vislumbrar, con los ojos de la fe, más allá de las apariencias, los caminos misteriosos de Dios.


 Creer es caminar confiados en Dios

     ¿Qué significa esto –se pregunta el Papa– para nosotros? Y responde: decir "Creo en Dios" no significa simplemente confiar en Él en momentos de dificultad, o solamente algún momento del día o de la semana. “Decir ‘Creo en Dios’ “significa fundar mi vida en Él, dejar que su Palabra la oriente cada día en las opciones concretas, sin miedo de perder algo de mí mismo”.

     Así, cuando en el Bautismo se pregunta tres veces: ¿Crees en Dios, en Jesucristo, en el Espíritu Santo, la Santa Iglesia Católica y las demás verdades de la fe?, la triple respuesta está en singular: Yo creo, “porque es mi existencia personal la que debe dar un giro con el don de la fe, es mi existencia la que debe cambiar, convertirse”.

     Con la fe de Abrahán como trasfondo, señala Benedicto XVI: “La fe nos hace peregrinos, introducidos en el mundo y en la historia, pero en camino hacia la patria celestial”. En segundo lugar, “Creer en Dios nos hace, por lo tanto, portadores de valores que a menudo no coinciden con la moda y la opinión del momento, nos pide adoptar criterios y asumir comportamientos que no pertenecen al modo de pensar común”. Por eso, “El cristiano no debe tener miedo a ir ‘a contracorriente’ por vivir la propia fe, resistiendo la tentación de ‘uniformarse’”.


Sin miedo a ir contracorriente, abiertos a la vida plena

     Y se detiene aquí para concretar lo que sucede actualmente: “En muchas de nuestras sociedades Dios se ha convertido en el ‘gran ausente’ y en su lugar hay muchos ídolos, ídolos muy diversos, y, sobre todo, la posesión y el ‘yo’ autónomo. Al mismo tiempo, los notables y positivos progresos de la ciencia y de la técnica también han inducido a un espejismo de omnipotencia y de autosuficiencia; “y un creciente egocentrismo ha creado no pocos desequilibrios en el seno de las relaciones interpersonales y de los comportamientos sociales”.

     Con todo, sigue habiendo sed de Dios (cf. Ps 63, 2) y el mensaje del evangelio sigue resonando a través de tantas personas de fe. El camino de Abrahán sigue siendo el de todos los creyentes. “Y es un camino algunas veces difícil, que conoce también la prueba y la muerte, pero que abre a la vida, en una transformación radical de la realidad que solo los ojos de la fe son capaces de ver y gustar en plenitud”.

    En suma, concluye el Papa, “afirmar ‘creo en Dios’ nos impulsa, entonces, a ponernos en camino, a salir continuamente de nosotros mismos, justamente como Abrahán, para llevar, a la realidad cotidiana en la que vivimos, la certeza que nos viene de la fe: es decir, la certeza de la presencia de Dios en la historia, también hoy; una presencia que trae vida y salvación, y nos abre a un futuro con Él para una plenitud de vida que jamás conocerá el ocaso”.

     Estamos ante una visión realista y profunda de la fe en cuanto luz, impulso y camino, confianza, valentía y generosidad. Es el vivir con Cristo y, en Él y con Él, aprender a contemplar la realidad bajo su punto de vista. Y, por tanto y en efecto, camino para abrirse continuamente a los otros. Es la aventura fascinante de la fe, que hace plena la vida para uno mismo a la vez que “contagia” esa misma vida a los demás.

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