miércoles, 10 de octubre de 2012

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La vida cristiana como culto espiritual


El Botafumeiro en la catedral de Santiago de Compostela.
Cada cristiano está llamado a dar convertir su vida en ofrenda 
de alabanza a Dios y servicio a sus hermanos


¿Qué es la vida cristiana? Benedicto XVI suele decir que consiste en el encuentro con una persona: Cristo, con todo lo que se deduce de ese encuentro. Por eso la existencia del cristiano se puede explicar como la ofrenda y el servicio de la propia existencia a Dios y, por Él, a los demás.


 Cristo se ofreció en ofrenda de amor y de servicio

      En efecto, eso lo aprendemos y lo vivimos en unión con Cristo. Se pregunta el Compendio del Catecismo: ¿De qué modo Cristo se ofreció a sí mismo al Padre? Y responde: “Toda la vida de Cristo es una oblación libre al Padre para dar cumplimiento a su designio de salvación. Él da ‘su vida como rescate por muchos’ (Mc 10, 45), y así reconcilia a toda la humanidad con Dios. Su sufrimiento y su muerte manifiestan cómo su humanidad fue el instrumento libre y perfecto del Amor divino que quiere la salvación de todos los hombres” (Comp. 119).

     San Pablo escribe a los cristianos de Roma: “Os exhorto (…) a que ofrezcáis vuestros cuerpos como ofrenda viva, sata, agradable a Dios: éste es vuestro culto espiritual (logike latreia: el culto conforme al “logos”, es decir al Hijo de Dios)” (Rm 12, 1). La tradición cristiana interpreta que, en unión con Cristo, estamos en el mundo para hacer de nuestra vida una ofrenda y un servicio a Dios y a los demás (cf. F. Arocena, Liturgia y vida. Lo cotidiano como lugar del culto espiritual, ed. Palabra, Madrid 2012).


En el altar del corazón

     ¿Dónde y cómo se desarrolla ese culto espiritual que San Juan llama el culto “en espíritu y en verdad” (Jn 4, 24)? Afirma el Compendio que “no está ligado a un lugar exclusivo, porque Cristo es el verdadero templo de Dios, por medio del cual también los cristianos y la Iglesia entera se convierten, por la acción del Espíritu Santo, en templos del Dios vivo” (n. 244).

Por tanto, el culto cristiano se realiza no sólo en los templos de piedra, sino principalmente, como decían los Padres de la Iglesia, “en el altar del corazón”. Un texto entre muchos: “He aquí que nuestra vida se convierte en una continua celebración, animada por la fe en la omnipresencia divina que nos rodea por todas partes. Alabamos a Dios mientras aramos los campos; cantamos en su honor mientras navegamos por el mar y en todas las acciones nos dejamos inspirar por la misma sabiduría”(Clemente de Alejandría, Stromata VII, 7: PG 9, 451). 

En consecuencia, podría decirse que el alma del “culto externo” es, para la gloria de Dios, el “culto interno” que cada cristiano ofrece –por manos de los sagrados ministros–, presentando en el altar toda su vida para que sea aceptable por Jesucristo. Enseña el Concilio Vaticano II que por el Bautismo todos los cristianos se hacen partícipes del sacerdocio de Cristo. Poseen el “sacerdocio común de los fieles”, lo que les capacita para tomar parte en el culto cristiano y, con el refuerzo del sacramento de la Confirmación, ser testigos y servidores de la fe en todo momento.

Con referencia particular a los fieles laicos, que son la mayor parte de los cristianos, el Concilio concreta más: “Todas sus obras, oraciones y proyectos apostólicos, la vida conyugal y familiar, el trabajo cotidiano, el descanso del alma y de cuerpo, si se realizan en el Espíritu, incluso las molestias de la vida si se sufren pacientemente, se convierten en ‘hostias espirituales, aceptables a Dios por Jesucristo’ (1 Pe 2, 5), que en la celebración de la Eucaristía, con la oblación del cuerpo del Señor, ofrecen piadosísimamente al Padre. Así también los laicos, como adoradores en todo lugar y obrando santamente, consagran a Dios el mundo mismo” (const. Lumen gentium, n. 34).


El sacerdocio de la propia existencia. La Eucaristía como centro

El modo y la “materia” de la ofrenda de los fieles, sobre todo en el caso de los laicos, es, en palabras de san Josemaría Escrivá, el “sacerdocio de la propia existencia” (Es Cristo que pasa, n. 96). Solía predicar que todos los cristianos tienen “alma sacerdotal”, y que la Misa es el “centro y raíz” de la vida cristiana. Por eso enseñaba también a hacer del día entero una “misa”.

Este culto espiritual que es la vida cristiana tiene como centro la Eucaristía. El Compendio del Catecismo reproduce el cuadro de Joos Van Wassenhove, “Jesús da la comunión a los Apóstoles”. El texto evoca a los cuarenta y nueve mártires de Abitine (África proconsular). Murieron por afirmar que “sin la Eucaristía, no podemos vivir”. En efecto, la celebración de la Eucaristía ha de prolongarse, como una necesidad vital “en el altar del corazón” del cristiano, para poder celebrarse “sobre el altar del mundo” (Juan Pablo II, enc. Ecclesia de Eucharistia, n. 8) y en el concierto de las culturas.
 
De esta manera, en palabras de Benedicto XVI, “la Iglesia es la red –la comunidad eucarística– en la que todos nosotros, al recibir al mismo Señor, nos transformamos en un solo cuerpo y abrazamos a todo el mundo. (…) Toda la doctrina de la Iglesia, en resumidas cuentas, conduce al amor. Y la Eucaristía, como amor presente de Jesucristo, es el criterio de toda doctrina. Del amor dependen toda la Ley y los Profetas, dice el Señor (cf. Mt 22, 40). El amor es la Ley en su plenitud, escribió san Pablo a los Romanos “cf. Rm 13-10)” (Homilía en San Juán de Letrán, 7-V-2005).


La oración, "alma" del culto espiritual


     El “alma” del culto espiritual, podría decirse, es la oración. Y la oración, hasta la más sencilla, es un don de Dios (Él es el que toma la iniciativa) y una tarea nuestra. En la cuarta parte del Catecismo se explica que las principales fuentes de la oración son: la Palabra de Dios (la Sagrada Escritura), la liturgia de la Iglesia, las virtudes teologales (La fe, la esperanza y la caridad) y las situaciones cotidianas (cf. Compendio, n. 558).

El camino de la oración cristiana va hacia el Padre, por medio de Jesús, en el ámbito del Espíritu Santo (de su luz y de su impulso), en comunión con María y con los santos, también en solidaridad con todos los cristianos del mundo. 

Para que la oración sea el alma o el corazón del culto espiritual, ha de llegar a ser “vida de oración”, a base de dedicar tiempos concretos cada día. La oración tiene diversas expresiones (oración vocal, meditación, oración contemplativa) y supone un “combate” contra los obstáculos que se oponen a la oración, por medio de la humilde vigilancia, la confianza filial y la perseverancia en el amor. En el texto del Catecismo sobre la oración, no sólo encontramos una explicación pedagógica de la oración cristiana, sino que el Compendio recoge modelos concretos y tradicionales de la oración (cf. apéndice “Oraciones comunes”). 

La oración sacerdotal de Jesús (cf. Jn 17), al llegar la hora de su pasión, recapitula toda oración e inspira las peticiones del Padrenuestro. La oración, como se manifiesta de modo paradigmático en la oración de Jesús, es la expresión de la entrega de la propia vida, y es también donde se va comprendiendo mejor, a base de escuchar a Dios, lo que nos pide, más allá de una mera información intelectual. 

            Se ha escrito (J. Sesé) que, así como la oración de Cristo era la raíz y la expresión de toda su entrega al Padre y a los hombres (como pone de relieve Benedicto XVI en su libro “Jesús de Nazaret” y en sus catequesis sobre la oración), la cuarta parte del Catecismo puede considerarse, de algún modo, como el “alma”, la luz o la forma de las otras. La oración nos saca de nosotros mismos, porque en ella actúa Dios, que nos introduce en la dinámica de la entrega de Cristo, que es la del amor y del servicio (cf. Benedicto XVI, Audiencias generales del 20 y 27-VI-2012).

            En suma, la vida cristiana es, toda ella, un culto espiritual. Así como el incienso en la liturgia (como se observa al ver funcionar el Botafumeiro en la catedral de Santiago de Compostela) , cada cristiano está llamado a convertir su vida ordinaria en ofrenda de alabanza a Dios y de servicio a sus hermanos, en unión con la entrega y la oración de Cristo. 


(publicado en www.analisisdigital.com, 8-XII-2012)

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