martes, 13 de marzo de 2012

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Sobre el valor ético del descanso dominical


G. Seurat, Tarde de domingo en la isla de la Grande Jatte (1884)
Instituto de Arte de Chicago


Cabe preguntarse si el descanso dominical es un valor importante en la sociedad o no lo es; y, si no lo fuera, si podría ceder ante otros imperativos como son los económicos o simplemente el consumo. ¿No está el descanso dominical vinculado a la religión y, por tanto, no debería dejarse que cada uno descanse como y cuando quiera?

     En ese sentido, hay ciertos presupuestos para una discusión abierta sobre el domingo, en una sociedad no confesional pero respetuosa con los valores humanos y también, por tanto, con los valores religiosos.


Garantía de una vida verdaderamente humana...

     Ante todo, habría que notar que el trabajo es un bien necesario para el hombre, pero no se le puede supeditar absolutamente todo; también el descanso es un bien humano al que todos tienen derecho. Aquellas sociedades que han impuesto el trabajo sin permitir el descanso son las que han sometido a las personas, de una u otra manera, a la esclavitud del trabajo. Y esto no sólo en las formas que se abolieron en el siglo XIX o en los campos de concentración de los Estados totalitarios. La esclavitud del trabajo sigue presente en una economía centrada en la ganancia; en la ganancia, por desgracia, no de todos; y, eso, a costa de la explotación de muchos.

     En segundo lugar, la apertura del hombre a las realidades del espíritu, la transcendencia y el culto a Dios, no es sólo ni en primer lugar cuestión de la religión o de las religiones, sino que forma parte de la existencia humana. Todo hombre puede llegar con su razón a la existencia de un ser superior, con el que debe contar si quiere que su vida sea realista y plena.

     Tercero, la tradición bíblica da un gran valor al descanso semanal como garantía de una vida verdaderamente humana: garantía de que el hombre no se va a autodestruir trabajando, porque el trabajo no lo es todo ni es lo primero, aunque sea muy importante; garantía de que va a dedicar tiempo a los demás, comenzando por su familia, y a la naturaleza; garantía de apertura a los valores espirituales, que le constituyen esencialmente, pues el hombre no es un conjunto de moléculas o de instintos, y cuando reflexiona sobre sí mismo se da cuenta de ello; garantía también de que la sociedad o el Estado no va a explotarle o emplearle como puro medio de producción. El descanso semanal es una manera de proteger al más débil.

     Cuarto, el cristianismo, a la vez que ha defendido siempre el domingo, ha jugado un papel importante en la promoción de los derechos humanos. Y es que el descanso semanal es un derecho implicado en el derecho a una vida digna y también en el derecho humano a la libertad religiosa, sin pasar por alto que protege, como estamos viendo, otros derechos del hombre.


En una sociedad de raíces cristianas y de mayoría cristiana

     Algunos argumentarán, tal vez, que nos estamos alejando del tema, porque no se trata de los cristianos, sino de todos. Así es, y, por eso mismo en una sociedad de raíces cristianas y de mayoría cristiana, como es gran parte del mundo occidental, es también lógico y justo que se respete un tiempo para que los cristianos puedan ejercer el culto cristiano.

     Ciertamente, el hecho de que para ellos el culto del domingo sea un deber de conciencia, no daría derecho a obligar a los demás. Pero insistamos en que el descanso semanal no afecta solamente a los cristianos o, en un sentido más amplio a los creyentes; es un derecho de las personas, que dimana de la naturaleza humana, y que, por tanto, debe ser protegido y respetado.

     Nótese que no se trata de oponer el “bienestar económico” (o el posible aumento de puestos de trabajo) a la “santificación de las fiestas”. Se trata de subrayar que el bienestar económico (cuando no simplemente un mayor consumismo que de por sí no mejora la situación económica) no debe poner en peligro la dignidad de los trabajadores, la atención a sus familias, su derecho a cultivar los valores espirituales, todo lo cual hace necesario el descanso semanal. Por eso, para paliar la crisis económica es mejor buscar otros medios que respeten ese descanso, y así todos salimos ganando, también la economía al servicio del hombre.

     En suma, el descanso dominical conviene plantearlo en el ámbito de los derechos humanos: concretamente, del derecho a una vida digna (que implica tanto el trabajo como el descanso) y, derivadamente, el derecho a la libertad religiosa, que también es un derecho humano. Esto, por cierto, manifiesta que la religión bíblica tiene un fundamento bien razonable y fomenta lo que es bueno para todos.


El domingo protege la razón y la libertad

      En su Carta apostólica Dies Domini (31-V-1998), Juan Pablo II señaló la “obligación de empeñarse para que todos puedan disfrutar de la libertad, del descanso y la distensión que son necesarios a la dignidad de los hombres, con las correspondientes exigencias religiosas, familiares, culturales e interpersonales, que difícilmente pueden ser satisfechas si no es salvaguardado por lo menos un día de descanso semanal en el que gozar juntos de la posibilidad de descansar y de hacer fiesta” (n.66). Invitaba, al mismo tiempo a fomentar la solidaridad con las personas que no tienen trabajo.

    Seguía diciendo: “Por medio del descanso dominical, las preocupaciones y las tareas diarias pueden encontrar su justa dimensión: las cosas materiales por las cuales nos inquietamos dejan paso a los valores del espíritu; las personas con las que convivimos recuperan, en el encuentro y en el diálogo más sereno, su verdadero rostro. Las mismas bellezas de la naturaleza —deterioradas muchas veces por una lógica de dominio que se vuelve contra el hombre— pueden ser descubiertas y gustadas profundamente” (n. 67).

     Añadía que así también se facilita que el hombre pueda redescubrir la primacía de Dios, y pueda dedicar un tiempo a la oración y al culto, en plena armonía con el Evangelio. En ese contexto, el descanso dominical y festivo subraya, tanto para los creyentes como para los que no lo son, “la primacía y la dignidad de la persona en relación con las exigencias de vida social y económica” (n. 68).

     Dicho lo anterior, concluia Juan Pablo II que “es natural que los cristianos procuren que, incluso en las circunstancias especiales de nuestro tiempo, la legislación civil tenga en cuenta su deber de santificar el domingo”. El domingo es, ciertamente, el día del Señor pero también, es el día del hombre (ibíd).

     En la misma línea, Benedicto XVI ha expuesto para todos cómo el domingo protege la razón y la libertad. Lo que celebramos los cristianos es que “gracias al Resucitado, se manifiesta definitivamente que la razón es más fuerte que la irracionalidad, la verdad más fuerte que la mentira, el amor más fuerte que la muerte” (Homilía en la Vigilia Pascual, 23-IV-2011). En efecto, y con ello no imponemos una interpretación de la vida; solamente la proponemos, también con argumentos válidos para la razón y la ética.


(publicado en www.cope.es, 13-III-2012)

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